que, al igual que otros publicados en este blog,
tuve el honor de ilustrar.
Gracias, Patxi, por permitirme publicarlos.
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Aquellas fueron unas buenas navidades. Yo ya no odiaba aquellas fiestas; o tal vez si, pero ahora también odiaba en la misma medida a quienes a su vez las odiaban. Eran unos notas. Unos pijos jugando a hacerse los rebeldes. El actor de moda diciendo en el semanal de “El Pais” (un buen suplemento, con muchas hojas y cantidubi de fotos a color, que se pegan calentitas a la piel, bajo la ropa), que durante esos días desaparecía, que no soportaba tanta hipocresía. ¿Que pretendía, dejarnos sin trabajo? Me gustaría verlo a él, a la puerta de la iglesia. Verlo durante el resto del año, cuando ésta parece un gran monstruo con el estómago vacío y a los pocos feligreses que rumia las monedas parecen pegárseles con “loctite” al fondo del bolsillo; verlo entonces y verlo estos navideños días, en los que por el contrario su corazón es como uno de los orejones que cuecen con canela en sus cocinas, tierno y con una dulzura empalagosa, estos días en los que dejan caer desprendidos el dinero sobre nuestras mendicantes manos, para que su soniquete haga eco en su alma en forma de un villancico-enema que les deja el alma como una pátena. Que se pire lejos, todo lo lejos que quiera, el actor de moda, pero, por favor que lo haga de puntillas, sin convertir su disidencia, otra forma, quizás más bastarda, de hipocresía, en puro marketing.