escritos por Patxi Irurzun, que tuve el honor de ilustrar.
Gracias, Patxi, por permitirme publicarlos en este blog.
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Ya sabía yo, cuando al comienzo de mis vacaciones robé en una tienda de souvenirs, aprovechando la ovina embestida de un grupo de turistas, este diario en el que anoto mis experiencias –eso cuando no tengo que echar mano de algunas de sus páginas para que sean mis apurados intestinos quienes descarguen sus impresiones– que llegaría el día –hoy– en el que escribiría algo que mereciera la pena, algo que se saliera de lo habitual, que me pusiera de punta los pelos del corazón y recordara toda mi vida. Es un poco como la vida misma, que nos la pasamos haciendo cosas estúpidas, aburridas y aniquilantes, trabajar, por ejemplo, a la espera de recompensas muchas veces efímeras, como una risa, o un polvete (bueno, es que yo –lo digo a viva voz– soy eyaculador precoz).