Otro relato escrito por Patxi Irurzun
que, al igual que otros publicados en este blog,
tuve el honor de ilustrar.
Gracias, Patxi, por permitirme publicarlos.
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Los viernes al mediodía, después del colegio, íbamos a “El Moreno”, un pequeño kiosko de chucherías cerca de la puerta principal de la Plaza de toros. Aquel era el día en que el dueño solía tirar a rebuche caramelos o premiar con ellos al que superara las pruebas que organizaba.
—Un chupachús Kojack para el primero que traiga diez pilongas– por ejemplo.
Era como una especie de promoción publicitaria de su kiosko, y no le iba mal, porque en la misma acera de enfrente al colegio había otro kiosko que más bien parecía la caseta de un perro, de un buldog, como llámabamos a la vieja que lo regentaba y que a pesar de su posición estratégica (casi en la misma manzana se contaban ¡tres colegios!) no se comía una rosca.
—Un chupachús Kojack para el primero que traiga diez pilongas– por ejemplo.
Era como una especie de promoción publicitaria de su kiosko, y no le iba mal, porque en la misma acera de enfrente al colegio había otro kiosko que más bien parecía la caseta de un perro, de un buldog, como llámabamos a la vieja que lo regentaba y que a pesar de su posición estratégica (casi en la misma manzana se contaban ¡tres colegios!) no se comía una rosca.