que, al igual que otros publicados en este blog,
tuve el honor de ilustrar.
Gracias, Patxi, por permitirme publicarlos.
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Cuando aquella mañana, todavía medio dormida, abrí la ducha, el grifo sólo eructó un escupitajo de agua estancada, que se retorció como un insecto moribundo en la bañera para escurrirse finalmente por el desagüe. No parecía un presagio muy esperanzador para aquel que debía ser mi gran día. Esa tarde era la inauguración de mi exposición, en la cual había trabajado hasta últimas horas de la noche anterior, al borde del agotamiento físico –ni siquiera me restaron fuerzas para ducharme, para quitarme las salpicaduras de pintura y el olor corporal que se me adhería casi como otra piel– y ahora, precisamente ahora, me cortaban el agua.