que, al igual que otros publicados en este blog,
tuve el honor de ilustrar.
Gracias, Patxi, por permitirme publicarlos.
---------------------------------------------
---------------------------------------------
Con un par de huevos –de los que ponen las gallinas, que no se le dispare la testosterona a nadie– no es tan difícil colocar contra las cuerdas a los poderosos, por mucho que el poderoso en cuestión sea viceprimerministro o conserve de su juventud como púgil un buen “punch”. Incluso con un solo huevo es posible, como quedó demostrado hace unos días, cuando un ganadero inglés estampó uno en el rostro de “John is John”, así llamó Tony Blair a su segundo de a bordo, tratando de justificar su reacción, que consistió en revolverse, lanzarle un gancho y enredarse después en una pelea de bar que dejó al susodicho viceprimerministro en calzoncillos y con calcetines de ejecutivo ante la opinión pública, cota de rículo sólo superada al día siguiente, cuando intentó lavar su imagen dando un biberón a un niño con sus rudas manos de boxeador.
Apenas unas horas después le tocaba el turno a Bill Clinton, quien era recibido en Polonia por una lluvia de huevos que el conocido fumador de puros encajaba con esa expresión alelada propia de su rostro en la cual, no obstante, muchos ven la plasmación del sueño americano, igual porque a este ideal y a quienes lo profesan también les faltan un par de hervores. El caso es que Billi, cuando le sucedió el incidente, elevó su carita de pan sin sal hacia el cielo, como si la única explicación de aquella lluvia de huevos pudiera ser el paso de una bandada de estorninos con cagalera, en lugar del bombardeo de un joven cabreado por algún otro tipo de bombardeo más grave, con víctimas colaterales y eso.
Apenas unas horas después le tocaba el turno a Bill Clinton, quien era recibido en Polonia por una lluvia de huevos que el conocido fumador de puros encajaba con esa expresión alelada propia de su rostro en la cual, no obstante, muchos ven la plasmación del sueño americano, igual porque a este ideal y a quienes lo profesan también les faltan un par de hervores. El caso es que Billi, cuando le sucedió el incidente, elevó su carita de pan sin sal hacia el cielo, como si la única explicación de aquella lluvia de huevos pudiera ser el paso de una bandada de estorninos con cagalera, en lugar del bombardeo de un joven cabreado por algún otro tipo de bombardeo más grave, con víctimas colaterales y eso.
Le echaron huevos también las trabajadoras de la limpieza del aeropuerto de Barcelona, huevos por todos los lados, contra las puertas automáticas, sobre los asientos de las salas de espera VIP… Huevos y basura a tutiplén, toda la que les toca acarrear durante el resto del año. Huevos con los que ellas se cocinan un tortilla de dignidad y con las que otros se hacen un champú que deja limpito el pelo de sus miserables ideas.
—No hay derecho– decía un pasajero indignado, por ejemplo –¿Que imagen daremos con todo esto a los extranjeros?– como si pagar sueldos de miseria a los empleados de limpieza, por el contrario, diera una imagen dabuten, de sociedad democráticamente desarrollada.
La táctica del huevazo es, pues, efectiva de la hostia, nunca mejor dicho, coloca al sujeto-objeto del ataque al borde del ridículo, lo desautoriza, bien por la propia acción en si –la variante tartazo ha sido de toda la vida un recurso cómico muy socorrido–, bien porque el mismo reacciona de una manera instintiva, haciendo aflorar su propia personalidad –la de un boxeador frustrado, que pegaba por debajo de la cintura, metido a viceprimerministro, sin ir más lejos–.
En definitiva, a tartazo limpio se puede hacer tambalear a consejeros de empresa, segundos de a bordo y hasta emperadores del mundo mundial. Las armas a nuestro alcance en las revoluciones venideras las encontraremos en el ultramarinos de la vuelta de la esquina. Cambiaremos el mundo con media docena de huevos. El mundo de hecho ya está cambiando: a la peña ya no solo le va dando cada vez más repelús apuntarse a militroncho, hace sólo unos segundos, en la radio se ha oído una noticia que alerta también sobre la escasez de tunos –que a fin de cuentas son lo mismo, pero en vez de cetme con bandurria–. Ha sido Luis del Olmo quien ha hecho pública la buena nueva, aunque a él no se la pareciera, pues según ha confesado a continuación con un tono melancólico él también profesó como tuno en sus años mozos. Lo cual, por otra parte, explica muchas cosas.
Iruzkinak. Bota hemen zurea:
0 iruzkin. Gehitu zurea:
Argitaratu iruzkina