que, al igual que otros publicados en este blog,
tuve el honor de ilustrar.
Gracias, Patxi, por permitirme publicarlos.
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Aquella noche el subinspector, como no estaba de servicio, había bebido diez o doce cubatas, en lugar de la media docena que se echaba al coleto cuando tenía que “apatrullar” la ciudad. Se sentía como dios, igual porque dios es un cabrón y un facha de la hostia –por decirlo en términos religiosos–. También estaba un poco cachondo, el subinspector. A veces se palpaba debajo de la riñonera y no estaba seguro de si aquella dureza era su polla o su pistola.
A eso de las diez entró al bar, sola, la Mari, quien aunque sólo tenía 13 añitos era un poco putilla, como todo el mundo decía, el primero de todos el Kevin, su novio:
—Sácame un lingotazo, que esta tarde la chavala me ha dejado secas las pelotas– acostumbraba a saludar.
El novio de la Mari era un dechado de caballerosidad y discreción.
A eso de las diez entró al bar, sola, la Mari, quien aunque sólo tenía 13 añitos era un poco putilla, como todo el mundo decía, el primero de todos el Kevin, su novio:
—Sácame un lingotazo, que esta tarde la chavala me ha dejado secas las pelotas– acostumbraba a saludar.
El novio de la Mari era un dechado de caballerosidad y discreción.