que, al igual que otros publicados en este blog,
tuve el honor de ilustrar.
Gracias, Patxi, por permitirme publicarlos.
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Zarraluki es un pueblo pequeño, situado en lo más profundo del corazón de un valle de alta montaña, hasta el que sólo es posible llegar a través de carreteras secundarias, caminos o pistas forestales que se retuercen y estrechan como una maraña de lombrices. Cada lunes, si el pueblo no ha quedado aislado por la nieve, una furgoneta recorre el valle y reparte el correo, los periódicos… En Zarraluki el atentado de las Torres Gemelas ocurrió el 17 de septiembre, pero el pan que comen es calentito, crujiente, del día. Casi siempre. En Zarraluki hay una panadería, seis niños y una maestra y un panadero que son novios. Casi siempre. A veces esta pareja discute y Txema, el panadero, se encierra en su casa y echa la persiana de su tienda hasta que no se reconcilia con Julia, la maestra. Txema, el panadero, es todo un profesional y no se cree esas novelas de realismo mágico hispanoamericano de segunda hornada en las que se amasan magdalenas con lágrimas, ni que estas después se convierten en animalitos en los corazones de quienes las comen. Txema lo que cree es que su trabajo es muy serio, tan serio que para hacerlo bien debe estar concentrado. Txema sabe que si abriera su tienda cuando discute con Julia su pan no sería el mismo, que necesita equilibrio en su vida para que los ingredientes, el tiempo de cocción, también se equilibren, y que de no ser así sus clientes se sentirían defraudados. En el fondo Txema, sin saberlo, piensa los mismo que esos narradores hispanoaméricanos, y en el pueblo sucede lo mismo que en sus novelas, pues las riñas de esta pareja alteran por completo desde la dieta alimenticia de todos los zarralukitarras, hasta su estado de ánimo.